FELIZ AÑO DEL HERMANO

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lunes, 26 de marzo de 2012

CINCUENTA AÑOS DESPUÉS, ANTE EL AÑO DEL HERMANO DE LA SAGRADA FAMILIA

Reflexionar al cabo de casi diez lustros sobre los Hermanos de la Sagrada Familia y sobre la influencia que la educación escolar y los educadores han tenido sobre nuestra posterior vida profesional y personal no deja de ser un ejercicio arriesgado, una pirueta con tirabuzón y sin red.

Hace 45 años que dejamos el Colegio de Madrid, después de haber permanecido y vivido en sus aulas, intensamente, durante 11 años, conviviendo estrechamente con los Hermanos. Un contacto intensísimo con el Colegio y también con la Congregación de los Hermanos de la Sagrada Familia, ya que en aquella época casi todo el profesorado estaba compuesto por Hermanos. En aquel Colegio de la calle Menorca, vivían más de cincuenta Hermanos.


Después de aquel intenso periodo y tras una larguísima descompresión, hoy nos preguntamos si de aquello queda algo positivo en nosotros. Si aquella educación nos ha transmitido valores interesantes o incluso el embrión de algo más trascendente. Teniendo en cuenta, además, que esta es una reflexión que nos hacemos en un momento de nuestras vidas en el que no cabe el engaño. A nuestra edad, tenemos que ser sinceros.


No a todos la vida nos ha ido igual: a quienes les ha ido bien piensan que ha sido por méritos propios y a quien no ha sido así, no le cabe la menor duda de que la culpa es del empedrado, es decir, de las bases que nos inculcaron durante nuestra infancia y adolescencia.


Es cierto que si hoy analizamos los métodos educativos con los que fuimos formados, los rígidos esquemas que teníamos que asumir e incluso – por qué no decirlo- la formación y preparación del profesorado de aquella época, nos llevaremos las manos a la cabeza sobre todo si lo comparamos con los actuales esquemas y valores educativos.


Pero si esta comparación la hacemos considerando el entorno que había hace medio siglo, habremos de reconocer que había lo que había y no había otra cosa mucho mejor.


Imaginemos por un momento qué pensarán nuestros descendientes dentro de otros cincuenta años sobre los métodos educativos y formativos actuales… ¿No se echarán igualmente las manos a la cabeza y hablarán con extrañeza de aquellos tiempos en los que había que acudir a diario a una aula en la que un docente te explicaba personalmente una asignatura y donde se tomaban apuntes de una pizarra en la que se escribía con tiza?


Por ello, conviene en primer lugar intentar dibujar el contexto en que en que transcurrió nuestro proceso educativo en el Colegio. Se trataba de una época ciertamente compleja. El duro régimen político, el nacional catolicismo, la autarquía y la falta de libertades, entre otros elementos, condicionaron sin duda la forma y el fondo de nuestra educación. Era “lo que había” y en esa línea tenía que encuadrarse también de forma obligada el Colegio y su modo de educación. Por otro lado, un medio rural muy pobre, obligaba a una emigración de sus activos humanos a las ciudades o, incluso al extranjero. En este duro medio se efectuaba la recluta de los futuros Hermanos, muchachos que en muchos casos, por abandonar el mísero medio rural, se irrogaban una vocación que posiblemente no fuera tal y abarrotaban los noviciados de La Horra, Sigüenza y La Aguilera. Al poco tiempo, finalizado su breve periodo de formación, aquellos jóvenes se incorporaban como profesores en nuestro Colegio. Nos imaginamos que cuando tomaban conciencia de la realidad de la ciudad, aquellos muchachos llenos de energía, con una formación no demasiado sólida y, sobre todo en muchos casos, con una vocación forzada por las circunstancias, dejaban al descubierto sus carencias como docentes. Este pequeño dibujo puede explicar cómo muchos de los Hermanos profesores que tuvimos en su momento, hayan abandonado los hábitos para incorporarse como seglares a la vida civil. Incluso a lo largo de nuestra vida nos hemos vuelto a encontrar con alguno de ellos, reconvertido en las más diversas profesiones.


Sin embargo y como contrapunto, dentro de todo este mundo, destacaban claramente algunos Hermanos, generalmente de más edad, que sin duda habían encontrado en la Congregación de la Sagrada Familia su auténtica vocación y que transmitían valores importantes. Para nosotros, en aquellos momentos, niños o muy jóvenes, no nos resultaba fácil discernir entre ellos, es más, unos nos impedían ver a otros; pero ahora, contemplados desapasionadamente desde la distancia, resulta más sencillo efectuar esta valoración.


Los Hermanos auténticos querían ser hermanos, no ser sacerdotes, que podían haberlo sido, sino Hermanos. Esta aceptación y a la vez renuncia voluntaria, entraña sin duda una importante dosis de humildad y de sumisión. Este es, desde nuestra perspectiva, uno de los elementos capitales que ponen en valor su trascendente elección. Por otro lado el magisterio. La vocación de ser maestro católico y transmitir con el ejemplo y la palabra, todas las enseñanzas cristianas desde dentro de la escuela, es otro claro exponente de los valores de los miembros de la Congregación de la Sagrada Familia que merece la pena destacar.


Así y gracias a ello, nuestra educación participó activamente en los valores del cristianismo ampliamente aceptados en el mundo occidental y que hoy en día siguen vigentes aunque cada vez más en desuso, y en ella tuvieron un papel fundamental el Colegio y la familia.


Son valores que hoy recordamos como esenciales en nuestra formación, aparte de la consideración de la familia como el principal de todos ellos, y que nos han ayudado a lo largo de nuestras vidas.


Teníamos ilusión, y no sólo por nuestra edad, sino porque en nuestra formación había una estructura moral que nos brindaba esa oportunidad: ilusión por nuestro futuro, por superarnos, por ser mejores, por cambiar las cosas,…


Compartíamos una serie de valores, hoy en día muy en desuso, como la lealtad, el compañerismo , la amistad, e incluso, la solidaridad sin mayor distinción de clase social. Con excepciones propias de una época en la que primaba la distinción social, lo cierto es que posiblemente fuéramos más solidarios que ahora. Entonces compartíamos todo: los tebeos del capitán Trueno, el Jabato y las Hazañas Bélicas, el parque del Retiro-que era nuestro-, el bocadillo del recreo, el balón, la calle para nuestros juegos, la peseta del futbolín, los riesgos y los premios… y hasta los discos de vinilo en los guateques y nuestras guitarras y amplificadores cuándo nos lo pedían “conjuntos” con menores posibles que nosotros (que ya eran escasos).


Compartíamos todo lo que teníamos, y eso nos unía, nos hacía iguales, no había distinciones, al menos a nuestro nivel. Es más, cuando en nuestros hijos hemos visto cómo prevalecían muchos de estos valores, nos hemos sentido orgullosos de que así fuera pues estos valores fueron los que nos hicieron particularmente felices.


Otros valores, que quedaron en muchos de nosotros, y que con el transcurso de los años hemos visto cómo contribuían a nuestra felicidad, y sobre todo, a hacer felices a los demás, eran paradójicamente, la disciplina, que, amoldada a unas reglas racionales, nos dejó su huella positiva; el deporte, en un nivel muy superior a la media de otros colegios, e incluso a la educación que en este sentido se da hoy en día y que raramente complementa la familia.


Y el afán de superación y la constancia que nos enseñan a perseverar cuando la situación es adversa, y que nos incitan a seguir adelante y no parar hasta conseguirlo.

Estos valores son, por encima de todo -e incluso de lo malo, que también lo hubo- los que permiten que hoy, cincuenta años después, mantengamos el deseo de seguir compartiendo nuestro futuro.
José Luis Gutierrez. José Manuel Nistal. Cleto Sánchez Vellisco
Alumnos de la XXII Promoción (1956-1967) del Colegio Sagrada Familia de Madrid.

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